¿Se puede aprovechar el CO2 que sale ahora de las chimeneas de las centrales térmicas para otros usos industriales, como producir las burbujas de la gaseosa? No se trata de solucionar el cambio climático inyectando el dióxido de carbono, o anhídrico carbónico, en botellas de refresco o en otros muchos productos. Sería absurdo. Lo que propone el libro ‘El CO2 como recurso’, presentado esta semana en Madrid, es que en lugar de almacenar o confinar este gas en el subsuelo, como se pretende conseguir como medida complementaria contra el calentamiento global, se le intente sacar partido para otras aplicaciones. Recuperar un residuo para darle un uso industrial.
“No va a resolver el problema del cambio climático, ni se puede utilizar todo el CO2 que se quiere capturar, pero es técnicamente viable y menos costoso que almacenarlo”, explica Lourdes Vega, directora de investigación de la empresa Carburos Metálicos y autora de esta guía editada por la Fundación Gas Natural. Antes de eso habría que terminar de resolver cómo captar a gran escala este dióxido de carbono en las centrales térmicas o en las plantas de ciclo combinado de gas (desde 2008 hay en Alemania una pequeña planta piloto de 30 MW en Vattenfall y en España hay una instalación experimental y un proyecto ya a escala industrial, los dos en el Bierzo). Pero, una vez que se consiga capturar en grandes cantidades, lo que se plantea es por qué no aprovecharlo antes que enterrarlo.
Este gas esencial para la vida en el planeta, cuyo exceso de concentración en la atmósfera por la acción humana constituye uno de los principales causantes del calentamiento global, tiene también un gran número de aplicaciones industriales. Inodoro, incoloro, ligeramente ácido y no inflamable, resulta bastante habitual que nos lo comamos o bebamos. El CO2 es lo que forma las burbujas en el agua con gas o en las bebidas carbonatadas como la gaseosa o la Coca Cola. Quizá sea esta la aplicación más conocida, aunque en realidad las cantidades utilizadas aquí son muy pequeñas (en el agua carbonatada, entre 6 y 8 gramos por litro).
El vino, la cerveza y el cava también contienen dióxido de carbono. Y se utiliza igualmente para desinfectar alimentos, para aumentar su conservación o para la refrigeración y congelación. El CO2 es uno de los gases que se emplean para modificar la atmósfera del interior de las bolsas en las que se envasa vegetales, como la lechuga preparada para ensalada.
En estos casos, cuando se destapa la botella de gaseosa o se abre la bolsa de ensalada, el CO2 se escapa o se acabará escapando. Pero aún así, se habría evitado tener que producir ese CO2 de otra manera. Según incide la directora de investigación, lo más interesante desde el punto de vista ambiental son otras aplicaciones en las que se utiliza este gas en mucha mayor cantidad sin que vuelva a liberarse o incluso en las que pueden sustituir a otros compuestos peligrosos. Existen usos tecnológicos, biológicos y químicos.
¿De dónde sale ahora el CO2 utilizado en estas aplicaciones? Como explica Vega, lo habitual es producirlo a partir de combustibles fósiles o aprovecharlo de otro proceso industrial. La empresa Carburos Metálicos tiene varias instalaciones con sistemas diferentes. En Canarias, dispone de una planta de producción de dióxido de carbono a partir de la quema de fuel. Funciona como una central térmica, pero aquí sin generar energía eléctrica. “Esta planta es la que surte de CO2 a las islas para la Coca Cola”, incide la directora de investigación. Otra instalación en Tarragona obtiene este gas como subproducto del reformado de gas natural.
“Para poder aprovechar este CO2 en alimentación hay que purificarlo antes, más si viene de una central térmica”, incide esta Doctora en Físicas. A pesar de actuar en la atmósfera como un contaminante que altera el clima, el dióxido de carbono no es tóxico, pero sí lo son otros gases de una planta térmica que habría que separar. “Su uso no plantea ningún problema para la salud”, asegura.
Entre las aplicaciones con un mayor potencial, destaca el tratamiento de aguas residuales o de aguas de recreo para reducir su pH, permitiendo reducir el uso de compuestos clorados. También se está investigando su uso biológico para la producción industrial de microalgas con las que fabricar luego biocombustible. Este sistema imita la naturaleza, en la que estos organismos fotosintéticos usan la energía solar para convertir el CO2 y el agua en biomasa. Además, esta molécula formada por un átomo de carbono ligado a dos de oxígeno también puede aprovecharse para producir otros químicos, como urea, ácido acetilsalicílico (el principio activo de la aspirina), metanol, carbonatos cíclicos, policarbonatos…
Con todo, el uso de dióxido de carbono en estas aplicaciones sigue siendo pequeño comparado con la gigantesca reducción de emisiones de este gas que hay que llevar a cabo en las próximas décadas (se habla de un 80% para el año 2050). Como se precisa en el libro, cada año se emiten a la atmósfera unas 25 gigatoneladas métricas(1) de CO2 por la acción humana en el planeta y el conjunto de la industria utiliza unos 130 millones de toneladas de este gas. Se emite 200 veces más de lo que usa la industria.
Fuente: ecolab